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divendres, 4 de setembre del 2015

La Venecia d'Evelyn Waugh

¿Qué puedo decir ahora, en esta etapa de la cultrura mundial, acerca de un par de días de Venecia, que no sea una impertinencia para todo lector culto de este libro? ¿Diré que consiste en un archipiélago de ciento trenta y cinco islas cortadas transversalmente por ciento cuarenta y cinco canales; que en una de esas islas se alza una iglesia, dedicada a san Marcos, llena de mosaicos de singular esplendor; que en otra de las islas hay una hostería fuera de uso, para marineros, llamada la Scuola San Rocco, con frescos de Jacopo Tintoretto (1512-1594) en las paredes y el techo; que los venecianos fueron en el pasado una raza virtuosa y muy rica que había "aprendido el cristianismo de los griegos, la vaballerosidad de los normandos y las leyes de la vida y el esfuerzo humanos del mismo mar"; que hoy son menos virtuosos y menos ricos y que, de hecho, subsisten únicamente gracias a los extranjeros que acuden a admirar las obras de sus antepasados? ¿o diré que comí scampi en Cavaletto y no noté ningún fecto secundario; que fui a un club nocturno con una bonita decoración de estilo rococó, el Luna, que había sido salón de juego en tiempos de Goldoni; que una señora en cuya compañía me encontraba sacó una pitillera de oro que había robado para ella un gondolero; que me eencontré con Berta Ruck en la Piazetta  y más tarde con Adrian Stokes, y camibé con el bajo la lluvia, cruzando innumerables puentecillos, para visitar lugares interesantes que siempre estaban cerrados; que cuando arreció la lluvia nos refugiamos en una herrería al lado de una iglesia paladiana y que cuando Adrián preguntó al joven herrero a qué hora abría la iglesia, él replicó con desdén que cómo iba a saberlo si él pertenecía a otra parroquia; que el mismo joven preguntó si los canales de Londres se habían helado aquel invierno; que fui a tomer el té con Adrián en un lujoso piso de la Giudecca, lleno de tizianos y tiépolos, y Adrián me dijo que Ruskin se había equivocado respecto a las fechas de algunos de los edificios que más admiraba; que durante mucho tiempo no se me ocurrió qué era lo que hacía la vida veneciana tan diferente de la de cualquier otra ciudad, hasta que me di cuenta de que no había tráfico y que la mitad de los niños de la ciudad jamás habían visto un caballo, salvo los de bronce en el exterior de San Marcos, y Adrián me contó que, unos meses atrás, cuando desembarcaron un aautomóvil, camino del Lido, se agolpó tal múltitud para verlo que dos personas cayeron al agua y por poco se ahogaron; que descubrí que un conocido mío era un personaje legendario en Venecia, bien considerado entre los pobres como el milord inglés excéntrico que había comprado todas las coliflores en el mercado de verduras y las había hecho flotar en el Gran Canal; que compré una edición de Tauchnitz de El descanso de San Marcos en Alinari y reflexioné en que, al contrario que la mayoría de los hombres de letras, la vida de Ruskin habría sido mucho más valiosa si hubiera sido católico romano?

No, creo que en este momento se impone la humildad. Tal vez si hubiera vivido veinte años en Venecia y logrado un perfecto dominio del italiano medieval; si me hubiese pasado meses en bibliotecas públicas y privadas, traduciendo y cotejando fuentes originales; si lo aprendiera casi todo sobre la química de la pintura; si raspara fragmentos de frescos y los hiciera analizar, los estudiara con rayos X y recorriera toda Europa comparándolos con otras versiones; si me empapara de las últimas teorías estéticas; si me hiciera experto en particularizar entre toda clase de influencias conflictivas e incongruentes, rastreando en un mismo objeto aquí el motivo bizantino, allá el morisco, acullá el católico, franco o normando; si me convirtiera en un maestro del sutil arte de la atribución, capaz de trasladar con delicadeza la reputación de un artista a otro e identificar la técnica de un albañil anónimo, separarándola de las imitaciones inferiores de otro, entonces tal vez podría añadir aquí un cap´ñitulo bastante bueno a lo que ya han escrito cuantos poseen esas habilidades. Entretanto, puesto que no parece probable que nunca llegue a ser nada más importante que un novelistatrotamundos entre un centenar de llos, hablaré de Ragusa.

D'Etiquetas. Viaje por el Mediterráneo, d'Evelyn Waugh. Altaïr viajes. Ediciones Península. p. 172


Arthur Evelyn St. John Waugh (28 d'octubre de 1903 - 10 d'abril de 1966) escriptor anglès de novel·les, biografies i llibres de viatge. Reconegut particularment per la seva novel·la Brideshead Revisited (Retorn a Brideshead). El llibre Etiquetes va ser publicat el 1930.

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